El día 19 de octubre de 2021, en la sede del IED (Pío Angulo 255 de la ciudad de Bell Ville), el historiador y ensayista Ricardo de Titto presentó la tercera edición de su libro “YO SARMIENTO”.
En los albores de la segunda revolución industrial
LA EXPOSICIÓN INDUSTRIAL DE CÓRDOBA DE 1871
Ricardo de Titto
Historiador y ensayista, autor de más de veinte libros de historia argentina y americana, entre ellos, Yo, Sarmiento (en tercera edición de 2021)y El pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento y coautor, con M. Meglioli, de Una y otra vez Sarmiento.
En este sesquicentenario de la Exposición de Córdoba ha abordado el tema de esta nota en artículos publicados en los diarios Clarín, La Nueva (Bahía Blanca) y el suplemento Literario de La Gaceta (Tucumán-Salta) y la revista Legado del el Archivo general de la Nación (en edición), además de presentada la cuestión en variadas conferencias como las realizadas en el Instituto de Economía y Desarrollo (IED) de Bell Ville (Córdoba), la Biblioteca Franklin de San Juan y, por video conferencia, en la Junta Central de Estudios Históricos de Buenos Aires y el Museo Nacional Histórico Sarmiento.
A continuación, algunas imágenes (cortesía del Museo Nacional Histórico Sarmiento) expuestas en la presentación del libro:
Promediando el siglo XIX, hacia 1850, la revolución del vapor del siglo anterior se desplegó en una segunda fase que concluyó en una serie de desarrollos –en particular en lo relativo a nuevas fuentes de energía– que revolucionaron las industrias química, eléctrica, petrolífera y siderúrgica. Las locomotoras y los grandes “vapores” –enormes buques de acero movidos a combustión de carbón– favorecieron el transporte de materias primas y productos manufacturados “globalizando” la producción de los grandes centros industriales mientras el telégrafo extendía la comunicación entre países y continentes: es el período que señala la conformación de muchos de los actuales estados nacionales y, entre ellos, el advenimiento de Alemania y de los Estados Unidos como potencias industriales de presencia internacional, que vienen a sumarse a Inglaterra –más exactamente, el Reino Unido– y a Francia, las “reinas de los mares” de la primera época del capitalismo manufacturero surgente.
Los desarrollos científicos y tecnológicos modificarían drásticamente la vida humana y sus conceptos: las investigaciones geográficas y los estudios en los campos de la biología y el naturalismo darían nacimiento a la teoría de la evolución, el segundo gran “giro copernicano” que echaría por tierra –literalmente– los ancestrales principios que sostenían la civilización cristiana. Como en los tiempos del humanismo posrenacentista, el hombre y la sociedad, unidos a la ciencia y a la fe en el progreso propio del positivismo, volverían a sepultar los preceptos católicos sobre el origen, carácter y sentido del mundo y el universo. Nuevos “Galileo”, “Kepler” y “Newton”, se corporizaban entonces en los Charles Darwin (1809-1882), Alfred Wallace (1823-1923), Louis Pasteur (1822-1895) y, poco después, Tomas A. Edison (1847-1931). De la mano de burguesías impetuosas y osadas, “el Siglo”, como le decían sus contemporáneos, apoyado en el iluminismo racionalista y el pragmatismo político y el desarrollo económico creía y apostaba al mejoramiento sin límites de la civilización.
La Segunda Revolución Industrial trastoca también la dimensión humana de las geografías: los centros urbanos comienzan a superar a las poblaciones aferradas al campo, y las metrópolis y grandes urbes comienzan a ejercer un magnetismo que mantienen hasta el día de hoy. El presidente Sarmiento (1868-1874), que había recorrido Europa y actuado como embajador en los Estados Unidos, vuelve al país obsesionado con el sueño de convertir radicalmente a estas tierras casi en estado salvaje al punto que dirá que una de sus tareas es “abolir la pampa”: superar la etapa de la explotación ganadera “extensiva” y regar las tierras, parcelarlas, alambrarlas y cultivarlas poblándolas de farmers y “emprendedores”, e industrializar el país –modernizar las ciudades, comunicaciones y puertos– para agregar valor a las exportaciones agropecuarias. Sabía que contaba con tierras feraces y pródigas y que podía atraer mano de obra de Europa y el Cercano Oriente dispuesta y calificada: se trataba de “instruirla” –la alfabetización como arma de la redención– y de ponerla en contacto con lo más moderno de la tecnología, para que las antiguas “Provincias Unidas”, atrasadas en su producción y casi por entero dependientes de la ganadería, los pastos y la suerte de un clima siempre imprevisible, se pusieran a tono con los “Estados Unidos” e intentaran ser, en el otro extremo del continente, un proyecto similar de potencia mundial.
1871: Explorar los cielos y arar la tierra
La Argentina estaba esperando ser inventada y él creía tener la llave del futuro: las colonias agrícolas y la industria moderna que aprovecharan su casi ilimitado horizonte de producción de materias primas para catapultarla y posicionarla al lado de los grandes países del mundo atlántico. En efecto, como explica Juan Carlos Grassi, autor de un libro sobre la exposición de Córdoba de 1871 “la sociedad argentina también estaba marcada por la llegada del ferrocarril, el telégrafo y las obras de alumbrado”.[1]
El progreso podía alcanzarse de la mano de la libertad, la educación, el trabajo “industrioso” y el cambio científico y tecnológico. Y Córdoba, dada su ubicación estratégica –centro del comercio y los transportes del país, nudo histórico de los caminos reales y con una potente aunque conservadora burguesía mercantil local– estaba llamada a ocupar un lugar especial: allí enfocó la instalación del observatorio astronómico –el primero del hemisferio sur– y allí también proyectó la primera exposición industrial e internacional de América Latina. Las exposiciones de un imaginario social en el que el progreso era la palabra mágica que iluminaba a varias generaciones hicieron que el mundo ficcional y romántico de las artes y las letras perdiera preponderancia ante los muy terrestres y mensurables de las ciencias y la tecnología plasmados en el trabajo productivo, la ganancia y la reproducción del capital, esto es, la agricultura, la industria y el comercio. Las expectativas de la modernidad se corporizaban en arte-factos; y esos logros debían ser “mostrados” a la faz de la tierra.
La exposición, las exposiciones
Nada fue librado al azar. Desde sus primeros borradores, el propio Sarmiento, haciendo equipo con su ministro de Justicia e Instrucción Pública Nicolás Avellaneda, que coordinó y supervisó la organización del evento, y el presidente de la Sociedad Rural, Eduardo Olivera que se desempeñó como presidente de la comisión directiva y fue el verdadero animador de la exposición, se avizoraron los objetivos y características que asumiría la “megamuestra” que colocaría a la Argentina a la vanguardia de Latinoamérica.
El encuentro reunió productos de las catorce provincias argentinas de entonces y de doce países, seis de Europa y seis de América: “Este evento determinó la introducción en el país de las nuevas máquinas aplicadas al campo; tecnología que forjó el principio de la actual agroindustria”, señala Grassi. De hecho, confirmando que la exposición puso de relevancia la importancia de los avances tecnológicos, para su organización resultó decisiva la vinculación lograda por el Ferrocarril Central Argentino, que conectó a la ciudad de Córdoba con Rosario, el puerto de descarga de los productos venidos del extranjero.
En el proyecto original, la Exposición de Córdoba se planteó como un encuentro de tres muestras de diverso carácter; la “Exposición de Artes y Productos Argentinos”, la presentación de un “Parque de Culturas Comparativas” y dos jornadas de índole práctica en el que se realizarían “Ensayos de Maquinarias Agrícolas”. Los planes preveían que los tres acontecimientos fueran simultáneos y la fecha prevista para inaugurarlos fuera el 15 de marzo de 1870. Pero una fuerte epidemia de azotó a Córdoba –entre la capital y el interior se calculan 6.000 muertos– obligó a postergar los trabajos. La construcción del Palacio de la Exposición y el traslado de las maquinarias y los productos se demoraron. De modo tal que recién se comenzó con los ensayos de maquinaria agrícola a fines de año. En campos ubicados en una quinta agronómica en las márgenes del río Segundo los agricultores y estancieros pudieron observar la muestra de innovación entre los días 15 y 17 de diciembre de 1870. A esos eventos se los denominó “Jornadas de Ensayo de Maquinarias Agrícolas”. Transportados por un sistema de cablecarril que también movilizaba a la gente en silla individuales, el público observó sorprendido –y pudo probar, incluso– el desempeño de cientos de máquinas y herramientas que solo habían visto por folletos en revistas o catálogos y que el mismo Sarmiento, de modo pionero, había enviado desde Estados Unidos. Era la primera vez que ese tipo de equipamiento –como trilladoras, segadoras, arados manuales livianos, cortadoras de alfalfa, desgranadoras de maíz –con las que un solo hombre podía procesar 15 a 20 fanegas por día–, molinos de viento con noria, rastrillos de caballo y hasta el recién inventado “locomóvile” impulsado a vapor –de 4 y 12 HP–, apto para diversos procesos así como otras máquinas y herramientas traídas de Alemania, Estados Unidos e Inglaterra que desembarcaban por vez primera en América del Sur con el objetivo de su promoción y venta.
Entretanto, el mismo 16 de diciembre se inauguró el “Parque de Culturas Comparativas”. En la zona conocida como “la Quinta de Santa Ana”, se evaluó el rendimiento, en tierras cordobesas, de numerosos cultivos y la respuesta de plantíos, especies arbóreas y semillas traídas del exterior trabajados en tres amplios sectores como puede verse en el croquis adjunto: variedades de maíz, alfalfa y trigo, tréboles de distintas clases, ray grass –una forrajera para alimento de bovinos–, papas de Alemania, tabaco de Cuba, lentejones chilenos, cáñamos de Mendoza y lino de los Estados Unidos. Grandes invernáculos y terrenos alojaron pruebas de desconocidas especies arbóreas, floricultura y hortalizas. En la oportunidad se plantaron allí cientos de nuevos cultivos de los cuales, muchos de ellos, en el presente forman parte de la matriz agrícola argentina.
Por último, la Exposición de Artes y Productos Argentinos, que sería la que se llevaría el nombre de “Exposición Nacional de Córdoba” se comenzó el 15 de octubre de 1871 y estuvo en muestra hasta el 21 de enero del año siguiente. El sitio elegido fue “céntrico”: la quinta de Nicolás Peñaloza frente al Lago Sobremonte, actual Paseo, ubicado a orillas de la actual “Cañada”, el arroyo entubado que cruza la ciudad. El predio, con su palacio, fue hermoseado con jardines que recorrieron políticos y hombres de negocios conociendo y tomando contacto con productores de todas las provincias del país. Esa gran muestra que recibió miles de visita y reunió 3.500 personas el día de su clausura y entrega de premios, fue inmortalizada con el nombre de Exposición Nacional de Córdoba, aunque, en rigor, esta gesta histórica incluye a los tres eventos.
De resultas, al concluir el evento se despacharon a distintos puntos del país cerca de 30.000 paquetes de granos, legumbres, flores y cereales, probados durante la muestra y provenientes de distintos puntos de América y Europa. El “torneo industrial”, como lo calificaba la prensa de entonces, fue el puntapié inicial para el decidido inicio del modelo agroexportador que caracterizaría a la Argentina. Con la “Expo” de 1871 aquel primer paso había sido dado.
Sarmiento en Bell Ville y Villa María
. Como era costumbre entonces, el día 4 de octubre de 1871 el presidente Sarmiento firmó el decreto delegando sus funciones en el vicepresidente Adolfo Alsina para el día 7. El 9 partió hacia Rosario, y, usando por primera vez la extensión de las vías del Ferrocarril Central y nuevos puentes con su presencia, pasa por la remozada Bell Ville –que hasta entonces era Fraile Muerto pero el propio presidente pidió cambiar su nombre por “anticuado y colonial”–, y tras hacer escala en Villa María arriba a la capital mediterránea el 10. Al día siguiente, 11 de octubre de 1871 –hace exactamente 150 años– a las 14 horas se hizo el acto oficial y Sarmiento permaneció en “la Docta” hasta finales de mes, retornando por los mismos “caminos de hierro” que había inaugurado en su viaje de ida. Nos parece oportuno, en consecuencia, rescatar la figura del gran sanjuanino porque permite visualizar que, además de su fuerte impronta educativa, tenía in mente un modelo de país desarrollado, independiente y agroindustrial, ligado a los avances de la ciencia y la tecnología más avanzada del mundo y jerarquizando al Interior productivo como pulmón y corazón del sistema republicano y federal con el que soñaba.
Documentos para la historia: fotografía y numismática
La exposición de Córdoba de 1870-1872 ofrece una curiosidad que, también, debe apuntarse de modo especial: es la primera exposición que fue fotografiada. En efecto, el fotógrafo italiano Cesare Rocca, un profesional de un “arte” relativamente reciente, fue contratado por el gobierno nacional para que tomara imágenes de la muestra, lo que permitió preservar documentos invalorables sobre la muestra y su época. El libro de Grassi publicado en 2018 difunde esas imágenes inéditas cuya reserve se encuentra en el Museo Nacional Histórico Sarmiento:[1] “las vistas inmortalizadas por el italiano retratan a la antigua ciudad de Córdoba con belleza y precisión, y reflejan las obras realizadas para albergar el evento”.[2]
La exposición dejó también hermosas piezas numismáticas: se realizaron sendas monedas (o medallas) conmemorativas con versiones en oro, plata y peltre, cuyos diseño realizaron los hermanos ingleses Joseph Shepherd y Alfred Benjamin Wyon, cuyo anverso la hizo conocer como la moneda de la “libertad y el trabajo”; y que en sus reversos saludan “al gobierno argentino bajo la administración de D. F. Sarmiento”.
Recuadro 1
Las exposiciones “universales” (1791-1910)
Las “Exposiciones Universales” y/o “Internacionales” fueron momentos que la modernidad reservó para “ilustrar” y “mostrar” sus avances sobre el mundo tanto en los planes científico y tecnológico como en la geografía de nuevas y remotas tierras y de civilizaciones “descubiertas” y colonizadas por Occidente. Entre la primera, realizada en 1791 en Bohemia con motivo de la coronación del rey Leopoldo II, que fue una expresión de la Revolución Industrial y las nuevas manufacturas y hasta 1910 –por cerrar el período con una fecha previa a la Gran Guerra y en la que el vapor gobernaba como energía predominante en ferrocarriles y barcos, ya irrumpían en la vida cotidiana la luz eléctrica, el petróleo, la hidroenergía y el gas natural, los teléfonos y los automóviles y camiones mientras los primeros aviones anunciaban la conquista de los cielos– en todo el orbe se registra un total de 189 grandes exposiciones, algunas de las cuales dieron lugar a la construcción de edificios permanentes de notable factura que aún hoy son sede de encuentros. Es de hacer notar la absoluta preeminencia de Europa en la organización de estos eventos –totaliza 102 en muy variadas ciudades, desde Oporto a Moscú y Estocolmo– y la creciente presencia de los Estados Unidos sobre finales del siglo XIX, que en todo esa etapa registra 37 muestras, 12 de las cuales se realizan entre 1890 y 1910.
París se presentó como una verdadera meca de la nueva civilización de la modernidad, el enciclopedismo y el iluminismo, del conocimiento democrático-republicano y, a la vez, imperial: entre 1798 y 1832, siete de las diez primeras exposiciones internacionales se realizaron en la capital francesa que se alzaba también como una especie de “capital cultural” del mundo, la futura “Ciudad Luz” que festejaría el centenario de la revolución con toda magnificencia con su exposición de 1889, la Exposición Universal de París que inauguró la Torre Eiffel, y en la que el Pabellón Argentino lució como uno de los más notables. Turín, la capital del rico Piamonte de la actual Italia y por entonces parte del Reino de Cerdeña, fue un importante centro de reuniones hasta 1850 y Birmingham, en 1849, la que precedió a Londres como sede de las exposiciones inglesas. Promediando el siglo XIX también los irlandeses alojarán importantes convenciones, sobre todo en Dublin. Es destacable que la Alemania moderna realizó cuatro exposiciones en cuatro ciudades diferentes: Bremen (1890); Berlín (1896); Munich (1898) y Mannheim (1907). También los Estados Unidos exhiben su federalismo y la multiplicación de ciudades con desarrollo industrial. Sus 37 exposiciones se despliegan en 17 ciudades distintas por toda su enorme geografía en expansión, del Atlántico al Pacífico y del Golfo de México a los Grandes Lagos: Nueva York puntea con 8 exposiciones, le siguen San Francisco (4); Chicago y Filadelfia (3); Omaha, Atlanta, Nueva Orleans, Buffalo y St. Louis (2) y con un solo evento se inscriben Washington DC, Nashville, Boston, Charleston, Hampton Roads, Lousiville, Portland, Toledo.
Por fuera de Europa y los Estados Unidos, la realizada en Calcuta (India), en 1833, fue la primera organizada en territorio colonial. Desde 1854 se destaca Australia, que organizó nada menos que 25 exposiciones en poco más de 50 años; y su vecina Nueva Zelanda, con 5 muestras. Ambos países del Reino Unido mostraban así su potencial y preocupación por el desarrollo industrial y tecnológico.
De las diez exposiciones realizadas en América Latina, la Argentina realizó tres: la de Córdoba fue la primera del subcontinente. Además se realizaron la Exposición Continental Sudamericana de 1882 y la fastuosa exposición internacional del Centenario en 1910, ambas en Buenos Aires. Ya en la era de dominio del pensamiento positivista y bajo el influjo teórico del evolucionismo darwiniano, por fuera de las tres realizadas en la Argentina, las otras exposiciones latinoamericanas cuentan una por cada país organizador; son las de Lima (1872); Santiago de Chile (1875); Jamaica (1891); México (1896); Guatemala (1897); Río de Janeiro (1908); Quito (1909) y Bogotá (1910). Brasil recién realizará una segunda exposición en 1922, con motivo de su centenario como nación independiente.
En el Extremo Oriente, Japón se apunta con tres exposiciones –igual que la Argentina– (1872, 1877 y 1903). Entre los grandes países aún subyugados por el colonialismo, la India realizó dos exposiciones, ambas en Calcuta (1833 y 1883), e Indochina (Hanoi, 1902) y China (Nanking, 1910) solo con una cada una.
Las Islas Filipinas realizaron su primera muestra en 1912. En el continente africano solo Sudáfrica organizó exposiciones (Ciudad del Cabo, 1877 y Kimberley, 1893) y en los países y territorios del Cercano Oriente no se realizaron exposiciones internacionales hasta 1934 en Tel Aviv (Palestina, bajo mandato británico), evento que recién se repetirá en 1953, en Jerusalem (Israel). Resulta llamativo apuntar que Canadá realizó su primera exposición internacional, la “Expo ‘67” (Universal and International Exhibition) recién en 1967, en Montreal.
Es de destacar que, desde ya, no todas las exposiciones tuvieron el mismo carácter: En el análisis comparativo de eventos realizados es preciso diferenciar aquellos encuentros que se organizaban desde la oferta – exhibir las maquinarias que se producen internamente– , o sea, las de los países productores de máquinas-herramientas y generadores de procesos científico-tecnológicos, de aquellos que operaron desde la demanda, como gestión de gobierno para acelerar los progresos en la tecnificación, ya que son dos objetivos diferentes, son dos calidades distintas de inserción en el mercado mundial y, como consecuencia, la dimensión cuantificada asume también otro significado.
En ese marco, y con el detalle presentado, resulta propio observar el papel de nítido liderazgo científico-tecnológico que asumía la Argentina decimonónica y el osado proyecto pionero que un hombre cosmopolita, curioso e idealista como Sarmiento, lanzó desde la mediterránea Córdoba a los cuatro vientos de un país en construcción cuyos cimientos se trataba de poner con la enérgica perspectiva del largo plazo.
Recuardo 2
La Sociedad Rural y las primeras exposiciones
El 23 de julio de 1939, Ricardo Hogg publicó en La Prensa un artículo sobre la primera exposición agrícola realizada en el país. “El organizador –afirma– fue Gervasio A. de Posadas, el hijo del primer Director Supremo”. Y relata: “Las cosas pasaron así: Eduardo Olivera, enviado por su padre, Don Domingo, marchó a Europa en 1853 para estudiar agronomía (fue de pro-maestro primer ingeniero agrónomo). Y en cartas de fecha 7 de diciembre de 1856 y 31 de julio de 1857, remitidas a su padre, cuenta la impresión que le causaron las experiencias a que habría asistido en Birmingham y Salisbury. Estas cartas, que fueron publicados en la revista El Labrador,[3] indujeron a Posadas a organizar la citada exposición. Las cartas son muy interesantes. Tal vez fuera la primera vez que se hablaba de esas cosas y aún de la “Sociedad Real de Agricultura” de Inglaterra, que… el propio Olivera reutilizaría… para ‘pensar’ la Sociedad Rural Argentina. Lo cierto es que la primera exposición no tuvo éxito, pero sí la segunda. Organizada por Posadas y Sarmiento, el 2 o 15 (en la primera quincena) de abril de 1859 (véase El Nacional). En esta segunda, en un discurso, Olivera habló de una entidad de ese género, que tan solo conformó en 1866.
”Después de esta exposición de 1859, no hay otra hasta la primera organizada en 1875, en Florida y Viamonte. El 10 de julio de 1866, el día después que la Argentina cumplió cincuenta años como nación independiente, un grupo de productores liderados por Eduardo Olivera fundó una asociación que denominaron ‘Sociedad Rural Argentina’ cuyo lema es ‘cultivar el suelo es servir a la patria’. La nómina de socios fundadores incluyó a las siguientes personas: Claudio F. Stegmann; Eduardo Olivera; Francisco B. Madero; Jorge R. Stegmann; Jorge Temperley; José Toribio Martínez de Hoz; Juan Nepomuceno Fernández; Leonardo Pereyra; Lorenzo F. Agüero; Luis Amadeo; Mariano Casares; Ramón Vitón; Ricardo Black Newton; Guillermo R. Garrahan. Aunque se entusiasmó con el proyecto y lo alentó Sarmiento no fue de la partida porque en esos momentos residía en los Estados Unidos.[4]
”Eduardo Olivera, el primero en ostentar un título de ingeniero agrónomo en la Argentina, fue el redactor de las bases para su fundación y su primer presidente fue José Martínez de Hoz. Entre sus fines se cuenta: ‘Cultivar para fomentar el desarrollo de la producción agropecuaria; velar por el patrimonio agropecuario del país y fomentar su desarrollo tanto en sus riquezas naturales, como en las incorporadas por el esfuerzo de sus pobladores; promover el arraigo y la estabilidad del hombre en el campo y el mejoramiento de la vida rural en todos sus aspectos; coadyuvar al perfeccionamiento de las técnicas, los métodos y los procedimientos aplicables a las tareas rurales y al desarrollo y adelanto de las industrias complementarias y derivadas, y asumir la más eficaz defensa de los intereses agropecuarios’.”
La nueva entidad de productores agropecuarios organizó la primera Exposición Rural, el 11 de abril de 1875, que pronto se convirtió en la muestra agropecuaria más importante y tradicional de Argentina, de la región y una de las más importantes del mundo. Tres años después, en 1878, la nueva entidad instaló su sede entre el arroyo Maldonado y la Avenida de las Palmeras – actual Avenida Sarmiento– , en el tradicional predio de Palermo, cercano al Parque Tres de febrero cerca de lo que luego se conocerá como la Plaza Italia, sobre el “camino de Santa Fe”.
En 1882 tuvo lugar en Buenos Aires una Exposición Continental; en 1887 se realizó la “Primera Exposición y Feria Agrícola e Industrial” de la provincia de Santa Fe; en 1888 se realizó en Paraná una similar, pero de carácter interprovincial; en 1889 otra en Rosario; ese mismo año se organizó en Buenos Aires una Exposición Nacional, en la plaza San Martín; y en 1910 se montó en la misma ciudad, en Palermo, la Gran Exposición del Centenario, que fue admirada y elogiada por el mundo entero, con visitas de delegaciones oficiales de los países más variados.
Recuadro 3
Veinte años después, desidias repetidas
El destino de los implementos utilizados en las exposiciones más destacadas parece ser un elocuente y mudo testimonio de la desidia de las autoridades y las entidades organizadoras. En un sitio web titulado “Córdoba de antaño”,[5] se destaca: “Al finalizar la Exposición [de 1871], tristemente e irracionalmente, luego se vendió y remató absolutamente todo. Solo había quedado en el lugar la antigua edificación del propietario de la quinta, Nicolás Peñaloza y el nombre de una calle aludiendo a la Exposición. Junto con las costosas construcciones partieron también las semillas, plantas, rieles y carriles y la posibilidad de ver funcionar un centro educativo convertido en una quinta normal.
”Claro, el Gobierno Nacional debía cobrarse el dinero invertido en el costo de la escenificación enorme de todo cuanto se pudo mostrar en el predio. Se remataron hasta los ladrillos… Todo se vendía, se remataba, se ofrecía; hasta las piedras, como expresaba el diario El Progreso el 9 de marzo de ese año: ‘Nada queda de ella, toda se ha deshecho y rematado fuera del palacio. Se han vendido hasta las piedras que se habían puesto en el lago, se han rematado tres por cuatro reales para el tesoro nacional… Pobres piedras las de Córdoba’”.
Más curioso es el destino del magnífico “Pabellón Argentino” construido para la Exposición Internacional de Francia de 1889. Tras presentarse con todo lujo en París, regresar al país y atravesar algunas vicisitudes, se reutilizó en los actos de conmemoración del Centenario de Mayo en 1910. Tras esa presentación se lo instaló en la zona de Retiro de la ciudad de Buenos Aires pero como era un obstáculo para ampliar la Plaza, en 1933 el intendente José Guerrico –bajo la presidencia del general Agustín P. Justo– decidió, sin discusión parlamentaria ni oposición pública al proyecto, que tanto el Pabellón como la sede de la Comisión de Bellas Artes fueran retirados. Se sostiene que el Pabellón fue desarmado y sus piezas fueron almacenadas por un breve tiempo en un terreno baldío en el cruce de la Avenida Figueroa Alcorta y Austria, permaneciendo a la intemperie, hasta que se optó por ofrecerlas en remate. Sin embargo, no se consiguieron ofertantes de ningún tipo y, de ese modo, se perdió definitivamente la oportunidad de rearmar el Pabellón. En adelante se perdió todo rastro del destino de los lujosos ornamentos y vitrales del edificio; lo único que se salvó de la desaparición fueron los conjuntos escultóricos de bronce que decoraban las cuatro esquinas del Pabellón, y que fueron instalados por la Municipalidad de Buenos Aires en diversos puntos de la ciudad. El conjunto escultórico principal fue adosado al edificio de las Escuelas Raggio.
De la estructura de hierro y vidrio del Pabellón, se salvó solo un pedazo que, por algún motivo que no se ha podido determinar apareció en el barrio de Mataderos donde, en 1945, un herrero español de apellido Solana adquirió un terreno, encontró las piezas de hierro y las rearmó para utilizarlas como galpón de su taller. Allí permaneció hasta que en agosto de 2002, los terrenos se vendieron y la estructura se desarmó. Un descendiente de Solana afirma que los hierros se encuentran en un campo en Pontevedra, partido de Merlo, en la provincia de Buenos Aires y que desde la muerte del herrero sus herederos han intentado sin éxito vender la estructura o interesar sobre ella a distintas instituciones, privadas y estatales.
RECUADRO PRINCIPAL, PODRÍA IR COMO CIERRE
Borges y Franco evocan a Sarmiento
“Sarmiento no trabajó como un hombre sino como una coalición de cerebros y manos inventores y ejecutores”
La revista Comentario, en el año 1961 –hace ahora sesenta años– dedicó un número especial a Sarmiento. Contó con los aportes y preciosas plumas de Jorge Luis Borges, Luis Franco, Luis Emilio Soto, Fryda S. de Mantovani, Bernardo Canal Feijóo, Gregorio Weinberg y Carlos Enrique Urquía.
Franco, el gran poeta y ensayista catamarqueño, un especialista en la obra de Sarmiento como hay pocos, presenta de este modo al gran sanjuanino: “Sea como fuere, esa fervorosa e infatigable dedicación (de críticos y panegiristas) prueban que Sarmiento, inventor de ideas libertadoras, de palabras de hermosura y de júbilo y de obras de filantropía prometeana, es una especie de enciclopedia de la conciencia argentina, y por ende sigue escandalosamente vivo como ningún otro compatriota nuestro, y peleando con sus libros y obras y el anecdotario de su demiúrgica personalidad”.[2]
Estas palabras vienen a sumarse a las que dan inicio a la revista en el artículo de Jorge Luis Borges titulado simplemente “Sarmiento”: “Es innegable que el más alto de los nombres de la historia argentina, y acaso de la historia de nuestra América, es el de Sarmiento, pero no menos innegable es el hecho de que la posteridad le escatima, y sigue escatimándole, esa suerte de canonización que ha logrado José de San Martín. La razón es harto sencilla. San Martín obró fuera del país y no fue un gobernante y su memoria no se vincula a doctrina alguna política; cualquier gobierno y cualquier partido pueden glorificarlo. (Luis Melián Lafinur ha señalado en el Uruguay el caso análogo de Artigas, cuya acción militar es anterior a la división de los orientales en colorados y blancos). Sarmiento, en cambio, está implicado en la trama de nuestra historia y nadie ignora de qué modo encaró sus diversos problemas”.[3]
En otro párrafo se aboca a su análisis como literato, como hombre de letras: “Se ha dicho que el Facundo corresponde al estilo romántico; esto no lo invalida ya que la tempestuosa realidad que evocan sus páginas era también romántica. Además de un estilo literario, el romanticismo fue un estilo vital. A diferencia de Lugones y de otros escritores ilustres, Sarmiento no veía en cada página un problema que había que resolver, a fuerza de una exhibición vanidosa de sinónimos, epítetos y metáforas. Al escribir lo animaba la convicción; le importaba lo que quería decir y no la manera de decirlo. No la curiosa felicitas que alabó Petronio sino un acierto descuidado y enérgico define sus escritos; salvo Almafuerte, no hay otro escritor argentino de quien podamos decir lo mismo. “Mis carillas corregibles ad libitum” escribía Sarmiento a Paul Groussac; en efecto, cualquier maestro de escuela o cualquier académico puede corregir, y acaso mejorar, una página de Sarmiento, pero sólo él pudo escribirla”.
Al terminar su artículo, Luis Franco esboza unas líneas a modo de conclusiones. Dice así: “Ello significa que ni el genio ni el héroe pueden escapar sin manchas a los eclipses y supersticiones de su época.
Y que gran parte del mensaje de Sarmiento ha perdido vigencia. Y que nosotros no debemos repetirlo, sino continuarlo, ir hasta donde él no pudo, porque cada generación y cada época tienen su propia misión. Eso sí, será siempre un desafío y un compromiso para los argentinos y los sudamericanos de cualquier tiempo que en nuestras tierras haya nacido semejante hombre a quien ni siquiera faltó el menos cotizado de los títulos: el haber vivido y muerto higiénicamente pobre. Sarmiento no trabajó como un hombre sino como una coalición de cerebros y manos inventores y ejecutores. Hizo del alfabeto el primer inmigrante, como aquel Cadmo que desbarbarizó a la Hélade, y aclimató las ciencias de la. naturaleza y de las estrellas como la mejor piqueta contra los dogmas. Adivinó que el modo caudal de iniciar la transformación del hombre era lograr la del medio y la acometió desde todos los ángulos: “escribiendo árboles sobre la tabla rasa de la Pampa” (llegan hoy a cincuenta millones los hijos del primer eucalipto que él plantó); difundiendo cincuenta variedades de trigo; argentinizando la cremería y la ebanistería; inventando un jardín selvático en la lampiña Buenos Aires para oxigenar los pulmones y los ánimos de las masas trabajadoras: “un monumento al pueblo”; iniciando la transformación de nuestro Delta en un cuerno de la abundancia frutal; protegiendo nuestra fauna, desde el caballo hasta el flamenco, como si fuesen niños expósitos; proponiendo nombrar a] oso hormiguero policía de nuestros parques prefiriendo a la explotación del oro y la plata, la del hierro y el cobre, nobles metales de la democracia; elogiando pindáricamente todo lo criollo válido, desde la farmacopea india y la culinaria del maíz y nuestra ciudadanía igualitaria y libertaria contra el gitanismo monarquizante de Europa; fomentando fáusticamente (“en el Principio era la acción”) el auge del demiurgo moderno: la inventiva y laboriosidad industriales, inaugurando caminos y comunicaciones en el desierto, peces en las lagunas y barcos en los ríos; todo encaminado a lograr lo primero y final: la creciente humanización del hombre. Y todavía, como si fuese poco, aprovechando sus descansos para otorgar la ciudadanía del arte a algunas de las figuras geniales de la belleza americana: el gaucho, la Pampa, el hornero, las islas del Paraná, la vegetación orgiástica del trópico, la boca oceánica del Amazonas”.
Por su lado, el gran Borges subraya: “Honrar en 1961 a Sarmiento no es repetir un rito piadoso; es reconocer que estamos empeñados en una misma guerra y que en el vaivén y tumulto de las batallas anda Sarmiento. Que Sarmiento cuente aún con opositores, que no le falten enemigos que insulten sus estatuas que su dilatada gloria póstuma sea polémica, es una prueba más de su vitalidad o inmortalidad”. En el año 2021 –sesenta años después– estas palabras de Borges y Franco –tal vez nuestros dos más grandes escritores– continúan vigentes.
Bibliografía
“El nacimiento de la agroindustria tiene identidad cordobesa”, Claves, Villa María, disponible en http://www.clavesdigital.com.ar/noticiasinterior.php?id=3127
Boixadós, María Cristina, “Una ciudad en exposición. Córdoba, 1871”. Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC.
http://www.ffyh.unc.edu.ar/archivos/modernidades_a/VIII/DEFINITIVOS/Art.Boixados.htm
Grassi, Juan Carlos, Exposición nacional de Córdoba de 1871.El inicio de la agroindustria argentina, Buenos Aires, Ferias y Congresos, 2018.
Grassi, Carlos, “En Córdoba se marcó un hito de la agroindustria argentina”, La Nación, 12 de octubre de 2018.
Tabares, Ángela, “El ensayo de máquinas agrícolas en Río”, cátedra de Metodología de la Investigación Histórica II, UCC, El ensayo de máquinas agrícolas en Río Segundo: http://www.huellasdelahistoria.com/ampliar_contenido.php?id_noti=299
Publicaciones
Ciencia hoy, Volumen 21, número 121, febrero-marzo de 2011, disponible en http://www.cienciahoy.org.ar/ch/ln/hoy121/Expoagricola.pdf
Comentario, Edición del Instituto Judío-Argentino de Cultura e Información, Año 8, N° 27, Primera Entrega, Buenos Aires, 1961.
[1] Agradecemos a su directora Mg. Virginia Fernanda González la cesión de ese valioso material fotográfico que ilustra esta nota que, con sus negativos, y en copia original de las tomas compiladas en un Álbum, fue entregado por el fotógrafo al presidente Sarmiento.
[2] L. Franco, “Modernidad de Sarmiento”, Comentario, Edición del Instituto Judío-Argentino de Cultura e Información, Año 8, N° 27, Primera Entrega, Buenos Aires, 1961.
[3] J. L. Borges, “Sarmiento”, ibídem.
[1] Carlos Grassi en “En Córdoba se marcó un hito de la agroindustria argentina”, La Nación, 12 de octubre de 2018. Respecto del libro es de consignar que, según se señala en el artículo mencionado, “es el primer libro con arte interactivo del país, ya que al descargar la app ‘Ciudad Automática’ de la artista Josie Watson, los lectores podrán observar cómo la tapa, las guardas de las retiraciones de tapa y contratapa y algunas de las antiguas litografías del libro cobran vida y movimiento en sus smartphones a través de la realidad aumentada. Véase https://www.lanacion.com.ar/economia/campo/en-cordoba-se-marco-un-hito-de-la-agroindustria-argentina-nid2129450
[2] “El nacimiento de la agroindustria tiene identidad cordobesa”, Claves, Villa María, disponible en http://www.clavesdigital.com.ar/noticiasinterior.php?id=3127
[3] Véanse las copias originales en la Biblioteca Nacional.
[4] Sarmiento había sido secretario de la primera sociedad de hacendados fundada en 1858, que por las luchas civiles se desmembró poco después.
[5] http://www.xn--cordobadeantao-2nb.com.ar/institucional/exposicion-nacional-de-cordoba-1871#!Exposici__n_Nacional_de_1871_02